LAS DOS PREGUNTAS DOCTRINALES MÁS HABITUALES CON RESPECTO A LA ORACIÓN DE SANACIÓN DE FAMILIAS (MSF)
Estas son sobre:
1. La oración de sanación generacional y la Tradición de la Iglesia.
2. Las ataduras generacionales, los sacramentos del bautismo y la confesión.
1. La oración de sanación generacional y la Tradición de la Iglesia.
a) La expresión de la tradición sagrada.
Las personas que ven un conflicto entre la Tradición de la Iglesia y la oración de MSF normalmente argumentan que cualquier cosa nueva, por el mero hecho de ser algo nuevo, no es propiamente católico porque, en su opinión, la Sagrada Tradición sólo está definida por el pasado y es algo fijo. No obstante, la Sagrada Tradición es también una Tradición viva.
En Mt 13, Jesús describe aquellos «instruidos sobre el Reino de los Cielos» como los que sacan tanto las «cosas nuevas y viejas» y constantemente están dirigiéndose hacia «toda la verdad». Esto da una perspectiva de futuro y expansión, en vez de ser algo del pasado y fijo. Por ejemplo, ¿definió la Iglesia la moralidad con respecto a la clonación humana en la época apostólica, es decir, hace casi 2000 años? ¿O acaso la Iglesia no lo ha hecho en nuestros tiempos después de que la tecnología se haya desarrollado y haya surgido este problema? Así lo ha hecho, pero definiéndola en continuidad con su Tradición, que sigue viva desde hace 2000 años.
«Jesús preguntó "¿Han entendido ustedes todas estas cosas?" Ellos le respondieron: "Sí". Entonces Jesús dijo: "Está bien: cuando un maestro en religión ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas"» (Mateo 13:51-52); y «Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad» (Juan 16:12-13). Para analizar este asunto más profundamente, cabe preguntarnos: ¿qué rasgos tiene la Tradición de la Iglesia? ¿Es estática, inamovible y muerta? ¿O es viva y dinámica? Si la Tradición de la Iglesia fuera estática, inamovible y muerta, entonces la oración de MSF estaría totalmente equivocada; y aquellos que se oponen a ella con tales argumentos tendrían razón.
Pero de hecho, la Tradición de la Iglesia es viva y dinámica. Tiene su base en el pasado, pero también la tiene en el presente y el futuro. Evoluciona y crece en nuevas áreas y cada vez es interpretada con mayor claridad, con el énfasis puesto en función de la parte del camino de la fe en que la Iglesia se encuentre en ese momento. Así como logramos entender nuestra fe e incluso las Escrituras mejor en función de los desafíos de cada momento, sucede lo mismo también con la Tradición. El mismo anclaje de la Tradición se aplicará a nuevas áreas, de nuevas maneras y en nuevos momentos por el simple hecho de que tenemos que vivir nuestra fe en el ahora, pero desde la base de una comprensión expresada a partir de los primeros siglos del Cristianismo. Nunca se ha publicado un documento de la Iglesia que proclame: «Ya está: ¡la Tradición de la Iglesia ha llegado a su fin, se ha completado en este momento!»; y nunca llegará un momento así.
Si la Tradición de la Iglesia se entendiera de esa manera, nunca se habría celebrado un Concilio Vaticano II. ¡Fíjese en la cantidad de cosas positivas que sucedieron en la Iglesia que hasta ese momento parecían inconcebibles! Por ejemplo, todos los nuevos movimientos eclesiales que surgieron como resultado del Concilio Vaticano II.
Algunos sostienen que el Concilio Vaticano II rompió con la Tradición de la Iglesia. No, el Concilio Vaticano II reinterpretó la Tradición de la Iglesia en aquel momento y lo que surgió del Concilio es ahora parte de la Tradición de la Iglesia, que en efecto es una Tradición viva.
¿Entonces los resultados son algo completamente nuevo? Puede que parezcan completamente nuevos, pero en verdad, sus fundamentos son antiguos: sencillamente son una nueva manera de vivir la misma fe verdadera de siempre. Un buen ejemplo de algo nuevo, pero muy antiguo a la vez, es la Renovación Carismática: nueva para nuestro tiempo, pero los primeros 300 años de la Iglesia estuvieron marcados por un ejercicio frecuente de los dones carismáticos, en los que la sanación era un don prevalente; de hecho, la sanación fue un importante medio de evangelización en los primeros siglos del Cristianismo.
Hablando de lo nuevo y lo viejo en la Iglesia, San Juan Pablo II dice en el punto n.º 18 de Tertio Millenio Adveniente: «En la historia de la Iglesia, "lo viejo" y "lo nuevo" están siempre profundamente relacionados entre sí. Lo "nuevo" brota de lo "viejo" y lo "viejo" encuentra en lo "nuevo" una expresión más plena. Así ha sido para el Concilio Vaticano II y para la actividad de los Pontífices relacionados con la Asamblea conciliar, comenzando por Juan XXIII, siguiendo con Pablo VI y Juan Pablo I, hasta el Papa actual».
La canonización del Papa Juan XXIII fue un movimiento que la Iglesia hizo para reconocerle como un auténtico intérprete de la Tradición de la Iglesia; es decir, alguien que guía la Tradición hacia una nueva tierra y continúa sacando lo nuevo y lo viejo del tesoro de Dios para la Iglesia, incluso aunque las cosas a las que abrió el paso fueran cosas inauditas hasta ese momento en la Iglesia. Al día de hoy, el reconocimiento más importante que la Iglesia le da a Juan XXIII fue su concepción del Concilio Vaticano II.
De esta manera, los papas pudieron ver lo «nuevo» que salía del Concilio y confirmar que efectivamente pertenecía a la Tradición de la Iglesia, incluso aunque fuera algo insólito, algo que se había creado en esos precisos momentos. En efecto, la Tradición no se reconoce únicamente como una mirada al pasado, sino que puede darse también en el presente y en el futuro. Pero aquí hay un punto clave: ¿quién determina lo que pertenece auténticamente a la Tradición de la Iglesia, incluso cuando se trata de algo aparentemente nuevo? ¿Y qué es lo que no pertenece a ella? ¿Quien lo determina en última instancia es el Espíritu de Dios que nos guía hacia la verdad (cf. Juan 16:13)? Es el magisterio de la Iglesia, no algún teólogo.
b) El papa San Juan Pablo II y la influencia continua de los pecados del pasado (ataduras).
Ahora analicemos el proceso de discernimiento de la Iglesia: ¿está la Iglesia tomando más y más conciencia sobre lo que es el pecado del pasado, el cual, aunque no sea lo mismo que el pecado personal de los que están en el presente, sí que les sigue afectando? Sí, ciertamente, como evidencia lo siguiente: el punto n.º 34 de Tertio Millenio Adveniente (noviembre de 1994). En el contexto de los pecados contra el ecumenismo, el Papa San Juan Pablo II dijo: «Desgraciadamente, estos pecados del pasado hacen sentir todavía su peso y permanecen como tentaciones del presente. Es necesario hacer enmienda, invocando con fuerza el perdón de Cristo». En otras palabras, hay una necesidad de hacer enmiendas y buscar el perdón de Cristo con respecto a los pecados que no cometimos personalmente, pero que “desgraciadamente hacen sentir todavía su peso y permanecen como tentaciones del presente». Esta idea, la de una influencia del pecado del pasado que cargamos, que todavía tienta a la Iglesia y que para ello la Iglesia hace enmiendas y busca el perdón, es una nueva expresión dentro de la Iglesia. Es a lo que nos referimos en la terminología de MSF como «ataduras».
El enfoque del Papa fue el mismo que el del profeta Daniel en Dn 9, tal y como se muestra en el libro de MSF. Es la misma postura que dicho Papa tomará de nuevo durante la celebración del Año del Jubileo seis años más tarde. En medio de las celebraciones por el Año del Jubileo, hablando esta vez en el contexto del pecado general, en su homilía durante la misa de la Jornada del Perdón en marzo del 2000, San Juan Pablo II dijo:«Por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido». Momentos más tarde, el Papa junto a los cardenales presentes, se pronunció públicamente sobre el arrepentimiento generacional y comenzó a pedir perdón a Dios por una lista completa de pecados cometidos por los miembros de la Iglesia Católica a lo largo de sus siglos de historia, incluyendo la esclavitud. Este ejercicio concluyó con una oración que incluía estas palabras: «Concede tu misericordia y el perdón de los pecados a nuestros antepasados, a nuestros hermanos y hermanas y a nosotros tus siervos, que impulsados por el Espíritu Santo volvemos a ti arrepentidos de todo corazón». El Papa estaba expresando arrepentimiento por los pecados cometidos por generaciones pasadas (al igual que por los pecados del presente), que es exactamente el significado del arrepentimiento generacional de pecados que causaron o causan ataduras.
Teniendo esto en cuenta, no podemos decir que la oración generacional sea desconocida en la práctica de los líderes de la Iglesia. Puede que no se le llame de esa manera, pero existe una evidencia meridiana sobre una mayor consciencia de la Iglesia al respecto, ya que el mismo Papa hizo una oración así en nombre de toda la Iglesia. Pero de hecho, la oración de sanación generacional ha existido en la Iglesia Católica desde hace más de tres décadas, gracias a los libros del padre Robert De Grandis («Sanación Intergeneracional») y del padre John Hampsch («Sanar tu Árbol Genealógico»), que fueron fruto de una práctica que se había iniciado en la Iglesia desde hacía ya cierto tiempo. De hecho, la Iglesia mantiene una posición concreta con respecto a la oración de sanación generacional.
c) El reconocimiento de la Iglesia de la presencia de la oración de sanación generacional.
En 2007, la comisión doctrinal de los Servicios de la Renovación Carismática Católica Internacional, con sede en Roma, publicó el libro «Directrices sobre la oración de sanación», que surgió a partir de un coloquio en el que destacó la presencia del cardenal Bertone, por aquel entonces el Secretario de Estado del Vaticano. En la página 39 de dicho documento, «la oración de sanación intergeneracional» aparece listada como una de las oraciones de sanación que están siendo objeto de «estudio, discernimiento y supervisión pastoral» (claramente SIN ser condenada).Está siendo objeto de estudio por la simple razón de que la Iglesia, aunque actualmente ya reza este tipo de oración, no tiene mucha experiencia al respecto. Pero esta no es la única oración de sanación incluida en esta categoría. San Juan Pablo II habló de la oración de «sanación de los recuerdos»: una oración que también está siendo objeto de estudio, discernimiento y supervisión pastoral (incluso aunque fuera mencionada por un Papa), porque, como acabamos de comentar, la Iglesia tampoco tiene mucha experiencia a este respecto. Muchos terapeutas cristianos y ciertos ministerios de sanación increíblemente efectivos se han embarcado en el ministerio de sanación interior a partir de este camino de la oración de sanación de los recuerdos. Los resultados son extraordinarios. Creo que el Papa también tenía bastante en consideración la memoria colectiva y los recuerdos de experiencias nacionales negativas (habitualmente por conflictos internacionales o domésticos); todavía tenemos mucho que descubrir con respecto a este tipo de oración de sanación. Este es un campo abierto totalmente novedoso en la oración de sanación, al cual los católicos están invitados a descubrir, si así lo desean. El tercer tipo de oración de sanación que se incluye en la misma categoría es la oración de «sanación de los lugares». Hay varios ministerios de sanación que están trabajando en este ámbito, destacando los que llevan a cabo los llamados «Sitios de Jericó» en lugares que necesitan sanación y cuyos resultados son muy positivos.
Por lo tanto, en esta fase de discernimiento de la Iglesia, los fieles que practican la oración de sanación generacional deberían compartir su experiencia con este tipo de oración para tratar de explicarla lo mejor posible, para que, a partir de esas experiencias, la Iglesia tenga algo (datos) a mano para juzgarla cuando llegue el momento en el que tenga que emitir un juicio al respecto. Es decir, podemos rezar legítimamente este tipo de oración porque la Iglesia cuenta con nosotros para hacerlo. Obviamente, la Iglesia no podría tener acceso a dichos datos si nadie estuviera poniendo en práctica estas oraciones. Por eso, la Iglesia no prohíbe estas oraciones, como a algunos les gustaría que sucediera; estas personas no le quieren dar el debido tiempo a la sabiduría de la Iglesia para que las estudie e ignoran que la Iglesia misma ha rezado oraciones de esta manera. La Iglesia necesita de esta experiencia para estudiar este tipo de oraciones y no podría hacerlo si no hubiera experiencia en que basarse.
Por otro lado, el arzobispo australiano Julian Porteus ha publicado un «Manual de exorcismos leves» con el imprimátur del cardenal George Pell, arzobispo de Sidney, y el nihil obstat del reverendo John Flander. En la página 59 de este manual, encontramos esta oración: «Envíanos la espada de tu Espíritu Santo para romper y cortar las ataduras de cualquier hechizo, maleficio o encantamiento, incluyendo todo material negativo adictivo, genético e intergeneracional, pasado, presente o futuro, conocido o desconocido, que esté obrando en mi contra, en contra de mi familia o de las personas con las que me relaciono, o bien en contra de mis finanzas, posesiones y ministerios». Por consiguiente, la oración de sanación generacional, como podemos ver, se está estableciendo en el lenguaje, la oración y el estudio de la Iglesia.
Esto no quiere decir que no existan errores en su aplicación. No obstante, estos errores no claman en contra de la oración de sanación generacional, la cual la Iglesia incluso reza; el problema son los errores, no la oración en sí. A veces, algunas personas condenan la oración de sanación porque la primera vez que escuchan el concepto, este viene acompañado de explicaciones un tanto erróneas. Esto es exactamente lo que pasó en Corea, en donde los obispos católicos coreanos prohibieron la «oración del árbol genealógico» porque las primeras personas que iniciaron la práctica se pasaron todo el tiempo hablando de espíritus ancestrales, lo cual era demasiado fácil asociar con la adoración ancestral, que es una religión pagana tradicional de gran parte de Asia. Si hubiéramos estado en el lugar de esos obispos, habríamos actuado de la misma manera.
El mismo tipo de desinformación debió obrar cuando el padre Hampsch publicó por primera vez su libro «Sanar tu árbol genealógico» hace 30 años. Él cuenta cómo hasta cinco obispos estadounidenses le llamaron uno tras otro preguntándole que qué era eso que estaban escuchando sobre su libro y que de dónde había sacado una cosa así... Pero como ya sabe la gente que ha leído su libro, este tiene una base bíblica impresionante y ese fue un gran argumento a su favor. Al final, no sólo llegó a convencer a los cinco obispos uno a uno, sino que todos ellos se convirtieron en sus promotores. Entonces, la gente que se queja, a menudo lo hace porque lo que han oído realmente es información erró nea. Sin embargo, en el momento que llega la información correctamente, es muy fácil de entender. Así es como el padre Hampsch ha celebrado misas de Sanación del Árbol Genealógico durante 30 años en muchas partes del mundo, y a él se han unido actualmente un buen número de sacerdotes en el todo el mundo que han descubierto su efectividad.
Así mismo, si alguien es supuestamente «informado» sobre el ministerio de la MSF, pero en realidad la información que recibe es errónea, como cuando se cree que es un ministerio donde la gente predica pecado generacional y donde la gente peca sin tener responsabilidad alguna porque es generacional (cuando de hecho esto no es lo que enseñamos), entonces, ¿qué es lo que pensará el receptor de esta información? Obviamente la rechazará. Por lo tanto, una exposición correcta puede ser a veces crucial. Con certeza, uno de los motivos por lo que los seminarios de MSF duran un fin de semana entero es asegurarse de que la gente entienda los conceptos correctamente porque es muy fácil que se produzcan malentendidos. Pero también ha sido nuestra experiencia constante y concreta en estos años constatar que cuanto mejor entiende la gente los conceptos, mejor se produce la sanación y cuanto menos se entienden, menor es la sanación. Esto de hecho fue todo un misterio para nosotros al principio y nos preguntábamos: ¿desde cuándo la oración de sanación es «intelectual»? Tras analizar las distintas experiencias, entendimos el porqué. Pero eso lo explicaremos en otra ocasión.
Una lectura atenta del libro de MSF nos mostrará que la oración de MSF no está basada en el pecado generacional, sino en las consecuencias del pecado, que es una cosa totalmente diferente y un hecho fácilmente constatable en la vida cotidiana. Si admitimos que las acciones de los padres pueden tener consecuencias que pueden afectar profundamente a sus hijos de una manera o de otra, la pregunta que sigue es: ¿acaso los padres y los hijos son sólo carne y no hay un espíritu que habite en ellos?, sin lugar a dudas, hay un espíritu y un cuerpo. Y una vez que admitamos que los hijos también son seres espirituales, entonces cualquier cosa que les afecte en el cuerpo, también les afectará en el espíritu, especialmente si es algo importante. Esto nos sitúa en el punto justo donde se generan los enredos generacionales negativos.
Teniendo por una parte los efectos persistentes del pecado en un individuo (véase a continuación la Audiencia General del Papa San Juan Pablo II) y por otra parte, el aspecto de nuestros cuerpos, que revela el aspecto «hereditario» de nuestros espíritus, tiene mucho sentido que esos efectos persistentes de los pecados (incluso) confesados de un individuo puedan ser «heredados» por futuras generaciones. Es simplemente una visión materialista miope la que nos impide ver más allá de lo que nuestros ojos nos muestran. Todo lo que somos es también espiritual porque somos algo más que carne; también somos seres espirituales a la vez. El libro de MSF explica detalladamente este punto en el capítulo 4 como el primero de los 5 Puntos Cardinales. Es muy interesante lo que la ciencia ha empezado últimamente a descubrir por primera vez desde un campo tan vanguardista como el de la epigenética, que explica que las circunstancias ambientales pueden causar una especie de efecto o mutación superficial en los genes humanos y tales mutaciones pueden transmitirse genéticamente a futuras generaciones.
Cualquier persona que lea los 5 Puntos Cardinales del capítulo 4 del libro de MSF entenderá lo que sucede en nuestros sistemas familiares y por qué rezamos lo que rezamos, a no ser que, por supuesto, no quiera entender. Pero la realidad es que hay muchos miembros de la Iglesia en puestos de autoridad que lo entienden. Un Obispo católico, después de leer el libro de MSF escribió al P.Yozefu para decirle que en sus 40 años de experiencia practicando el ministerio de la oración de sanación, no sólo como sacerdote sino también como Obispo, nunca había encontrado algo en la temática de la oración de sanación que fuera tan completo como este libro. Otro Obispo católico más le escribió para expresar su gratitud por el libro porque había encontrado en él aplicaciones inmediatas y efectivas para las vidas de sus fieles.
2. Las ataduras generacionales, los sacramentos del bautismo y la confesión.
Un argumento habitual de personas que observan el ministerio de la MSF es el siguiente: si el bautismo nos limpia de todo pecado, ¿por qué entonces hablamos de ataduras?. Si bien es cierto que el sacramento del bautismo nos limpia del único pecado que siempre podemos heredar, es decir, el pecado original, pero no de las consecuencias del pecado. En el punto n.º 1264 del Catecismo de la Iglesia Católica se explica esto claramente:
No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o «fomes peccati»: la concupiscencia, «dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo». Antes bien «el que legítimamente luchare, será coronado».
Es por eso que ahora podemos hablar de concupiscencia; es decir, nuestra inclinación al pecado. Nuestra inclinación al pecado es una consecuencia que cargamos en nosotros por el pecado de Adán, del cual, no obstante, estamos liberados gracias al bautismo. La atadura familiar puede entenderse como un tipo de especificación/personalización de la concupiscencia a nivel familiar. Teniendo en cuenta que todos mantenemos la tendencia al pecado como una consecuencia del pecado de Adán, se puede afirmar que no todos tendemos al pecado de las mismas maneras, en las mismas áreas ni con la misma intensidad. Las ataduras pueden ser de cierta manera la especificación de las distintas maneras, áreas e intensidades con las que tendemos personalmente al pecado. Observando de una manera normal se pueden constatar los patrones que se repiten dentro de las familias por el motivo evidente de que existen uniones físicas y espirituales dentro de cada familia. Esto sólo corresponde a las ataduras desde la categoría del comportamiento, que es únicamente una de las categorías de las ataduras que hemos identificado; las otras tres son: circunstancias de la vida, enfermedades y las que denominamos especiales, como familias con casos de suicidio y accidentes recurrentes.
Igualmente, por el hecho de que el sacramento de la confesión nos limpia del pecado personal, no quiere decir que necesariamente se encargue de las consecuencias que aquellos pecados han tenido en nosotros mismos y en los demás, ya que esas consecuencias son de una naturaleza totalmente diferente a la del pecado mismo. Es por eso que retenemos esa tendencia a volver a nuestro pecado después de una confesión o a sufrir en cierta manera por tal pecado, incluso cuando ya ha sido perdonado. Si una persona mata a otra y se confiesa, Dios le perdona su pecado si está sinceramente arrepentido, pero la persona muerta seguirá muerta. No se despierta porque su asesino se haya arrepentido y Dios le haya perdonado. Seguirá muerta como consecuencia del pecado por homicidio. Al respecto de esto, San Juan Pablo II en su audiencia general sobre indulgencias del 23 de septiembre de 1999 (n.º 2) dijo:
«…no es difícil comprender que la reconciliación con Dios, aunque está fundada en un ofrecimiento gratuito y abundante de misericordia, implica al mismo tiempo un proceso laborioso, en el que participan el hombre, con su compromiso personal, y la Iglesia, con su ministerio sacramental. Para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo, ese camino tiene su centro en el sacramento de la penitencia, pero se desarrolla también después de su celebración. En efecto, el hombre debe ser progresivamente "sanado" con respecto a las consecuencias negativas que el pecado ha producido en él (y que la tradición teológica llama "penas" y "restos" del pecado)».
Por lo tanto, se puede decir con seguridad que todos los pecados, por pequeños que sean, tienen naturalmente dos partes: el pecado en sí y las consecuencias de este. Además, es desde el reconocimiento del hecho de que no todo ello deja de existir después del sacramento de la confesión que la Iglesia nos enseña la doctrina del purgatorio, que se encarga de purificar los post-efectos de los pecados perdonados en la otra vida antes de poder incorporarse totalmente a la vida de Dios. Por lo tanto, la idea de los «restos» del pecado no debería ser algo que nos extrañe. Así como el purgatorio explica la idea de restos que quedan del pecado en la otra vida, las ataduras parecen indicar la idea de los restos del pecado en esta vida.
Por eso, con los pecados cometidos por personas de generaciones anteriores a la nuestra (es decir, los pecados cometidos en el pasado por otras personas con las que estamos unidos) pasa lo mismo que con el pecado personal, cuyas consecuencias pueden mantenerse después de confesarse. Y en este supuesto estamos asumiendo que hubo arrepentimiento en todos los pecados cometidos, lo que seguramente nunca podrá ser el caso dentro de todas las generaciones de una misma familia. Es decir, también estamos hablando de las consecuencias de pecados de los que nunca hubo arrepentimiento. Si bien es posible que no heredemos la culpa de esos pecados, incluso de aquellos que nunca pasaron por el confesionario (ya que el pecado de Adán es el único pecado que todos heredamos con respecto tanto a la culpa como a sus consecuencias), sí que cierto que heredamos las consecuencias de los mismos. Así pues, aunque nuestro libre albedrío tenga la capacidad de resistir esas consecuencias (como se explica en la categoría del comportamiento, una de las categorías de las que constan las ataduras generacionales), a menudo sucumbimos ante el pecado por la «presión» ejercida por las consecuencias generacionales de las elecciones pecaminosas de nuestras familias. Cuando el profeta Natán le dice al rey David que «por eso, la espada ya no se apartará más de tu casa» después de haber matado a un hombre y haber tomado a la viuda por su mujer, lo que le quiere decir es que a partir de ese momento habría «mucha presión» en su casa debido a la espada. No todos los miembros de su familia tuvieron que morir por la espada, pero de hecho la maldición cayó sobre muchos. Jamás nadie tendrá la obligación de matar a los descendientes de la familia del rey David por la espada, ya que cada ser humano siempre será libre de elegir, pero de hecho muchos acabaron asesinando a miembros de su familia por la espada. Esto es lo que queremos decir con la «presión» de las consecuencias generacionales del pecado. Nótese que el profeta le dice esto al rey David justo después de haberle confirmado que Dios le había perdonado su pecado. Si el pecado estaba ya totalmente perdonado, ¿por qué entonces esta declaración tan catastrófica? Pues porque se refiere a otra cosa: a las consecuencias del pecado.
No obstante, una gran diferencia entre la familia del rey David y nosotros es que él vivió antes que Jesucristo. Por aquel entonces no había manera por la que él se pudiera aprovechar de lo que ha sido Cristo para la humanidad: su Salvador (aunque lo que se dice de la familia del rey David antes de Cristo es lo que podemos decir de todas las familias no cristianas de la actualidad). Aquí se puede ver claramente por qué Cristo no es meramente una cuestión «religiosa» para el mundo, simplemente positiva como «una creencia más». Cristo vino al mundo como la única fuente de salvación para la humanidad; es por eso que se le llama nuestro Salvador.
Por la gracia y misericordia de Dios y porque hoy tenemos a Cristo, la oración de MSF nos ayuda a lidiar con esta herencia generacional originada en las consecuencias de los pecados familiares, liberándonos de muchas cargas innecesarias.
Pero entonces, ¿por qué tenemos que hacer todo esto para lograr esta sanación familiar a partir del mismo Cristo? ¿Por qué Él no lo hace cuando confieso mis pecados? Él es el mismo, ¿no? Y sabe lo que necesito, ¿no es así? La respuesta a estas preguntas podría formularse de esta manera. Cuando recibo el bautismo, Él me lo da porque es lo que deseo y es para lo que estoy preparado. Y lo mismo sucede con los otros sacramentos, Él nos otorga la gracia del sacramento que deseo y para el que estoy preparado; no me dará todos lo demás en ese momento porque también me vayan a hacer bien y los necesite. Sólo recibiré la gracia del sacramento concreto que esté preparado para recibir y haya pedido. Obviamente, cada sacramento se prepara de una manera diferente. Por eso, cuando acudimos a Cristo para sanar a nuestras familias, tomamos un camino específico hacia Él para que podamos recibir esta gracia específica, y entonces recibimos de Él lo que deseamos y lo que estamos preparados para recibir, justo igual que con todas las demás cosas que recibimos de Él.
Así pues, si analizamos el sacramento del bautismo como el de la confesión, podemos tener una idea clara de las consecuencias negativas de los pecados persistentes. Por el hecho de que estos pecados persisten, se puede deducir que también se pueden transferir por herencia (espiritual, física e incluso social), como ya se ha demostrado en las oraciones hechas por la Iglesia.
La oración de MSF está enfocada exactamente en lo que explica el punto n.º 1264 del Catecismo y también en esa persistencia de las consecuencias negativas del pecado, incluso cuando ha sido perdonado en el sacramento de la confesión, tal y como San Juan Pablo II habló al respecto.
No hace falta añadir que al igual que las consecuencias del pecado original no nos impiden entrar en el Reino de Dios, tampoco es el caso de las ataduras generacionales. Ambas hacen que nuestra ascensión hacia el Reino sea innecesariamente más difícil, pero siempre con una posibilidad real de que nos hagan perder el Cielo, si es que no elegimos comprometernos a luchar contra ellas, con la gracia de Cristo, El Salvador.
El equipo de Sanación de Familias.